viernes, 27 de abril de 2018

La mujer en la Iglesia. Experiencias y propuestas por dónde caminar


CRÓNICA DEL COLOQUIO

“La mujer en la Iglesia” 
Experiencia personal y propuestas por dónde caminar”.


 (Jesús L. Sotillo – 27.04.2018) El Foro “Curas de Madrid” en su versión Foro “Curas de Madrid y Más celebró su primer Encuentro/Coloquio el pasado día 16 abril en uno de los salones de la parroquia de la Sagrada Familia. La respuesta por parte de las personas a las que habíamos invitado fue muy notable. En total, incluyendo a las dos teólogas que iban a abrir el coloquio, llegamos a ser más de setenta los asistentes. Diez “curas de Madrid”, cantidad ciertamente escasa, y el resto, más de sesenta, hombres y mujeres incluidos en ese y Más del nuevo nombre del Foro: religiosos y religiosas, laicos y laicas.

 Jesús Copa, miembro de la Comisión permanente, sacerdote de larga y fecunda trayectoria pastoral en la diócesis, fue el encargado de dirigir unas palabras de acogida y de saludo a los congregados. Destacó que el Foro había sido para él un ámbito donde respirar aire espiritual fresco en unos años en los que el conservadurismo eclesial campaba a sus anchas por la diócesis. Dijo, asimismo, que desde el Foro habíamos querido transmitir otra imagen de Iglesia, más en sintonía con el mundo actual y con un claro compromiso a favor de los peor tratados por la sociedad. La llegada del Papa Francisco, sincera y activamente sensible al dolor de estas personas, y el nombramiento como obispo de Madrid de Don Carlos Osoro, muchos menos beligerante con el mundo actual que sus antecesores, nos hizo plantearnos si había llegado el momento de dar por concluida la historia y la misión del Foro. Puestos ante ese dilema, comentó Jesús, optamos por iniciar una nueva etapa, con los mismos objetivos, pero tratando de alcanzarlos con más personas, de forma que ese “Más” se convierta de ahora en adelante en nuevo distintivo del Foro.

 Acto seguido dirigió un breve momento de oración otro miembro de la Comisión permanente, Jorge de Dompablo, sacerdote al que caracteriza sobre todo su ya largo y decidido empeño en tender la mano y levantar a los que la sociedad mantiene en los márgenes, arrastrados y dolientes. Nos sirvió de hilo meditativo la voz de Pedro Casaldáliga, que nos llegaba a través de dos poemas suyos y que nos ayudó, junto al rezo del Padrenuestro, a crear el clima de serena y encarnada reflexión en torno a los problemas de la sociedad y de la Iglesia que deseábamos tuviera nuestro encuentro.


Jesús María López Sotillo, miembro como los anteriores de la Permanente, con larga experiencia asimismo en el trabajo pastoral en las parroquias, pero con una clara dedicación al estudio y a la reflexión teológica, fue el encargado de rememorar brevemente la historia e incluso algo de la prehistoria del Foro. Nacimos y hemos vivido, nos dijo, en el clima de restauración eclesial que se había ido implantando en la Iglesia desde el inicio del pontificado de Juan Pablo II. Pero también, continuó diciendo, el comienzo de nuestra andadura se sitúa en el marco de la grave crisis económica que, debido a la especulación financiera, estalló en Occidente en 2007. Y hemos ido desarrollando nuestra acción al tiempo que surgía el “15 M”, con sus protestas y sus propuestas, y mientras cobraba forma y se expandía el terrible drama de los emigrantes pobres y el de los refugiados, huyendo del hambre o de la persecución y la muerte. Hemos reflexionado, nos dijo, sobre todo ello, haciendo oír nuestra voz en Documentos, Comunicados y Notas de prensa. Múltiples medios de comunicación, salvo los controlados por la Conferencia Episcopal o la Archidiócesis de Madrid, periódicos, radios, televisiones, páginas web, han difundido nuestras palabras y nos han hecho numerosas entrevistas. Y también bastantes personas se han puesto en contacto con nosotros para pedirnos algún tipo de consejo, manifestarnos su apoyo o, por qué no reconocerlo, a veces para criticarnos con dureza.

Con el acceso a la sede pontificia del papa Francisco y con llegada del arzobispo Don Carlos Osoro a la Diócesis de Madrid ha cambiado el panorama eclesial. , Y, como ya queda dicho, fue surgiendo entre los miembros del Foro la pregunta de si habría llegado la hora de dar por terminada su historia. Finalmente, nos comentó, decidimos que no, porque aunque hoy la Iglesia en el terreno del compromiso social con los pobres se muestra más activa que hace unos años, quedan aún otros muchos asuntos sobre los que el Foro puede pensar, dialogar y emitir sus opiniones. Son asuntos referentes a la fe que profesamos, practicamos y difundimos, que, a nuestro juicio, necesitan una clara y profunda transformación, que no se está llevando a cabo. Abordar y promover esa reflexión es lo que nos proponemos hacer, pero no sólo como Foro “Curas de Madrid”, sino como Foro “Curas de Madrid y Más

Uno de esos asuntos es el relativo al papel de la mujer en la Iglesia. Nos parece de gran importancia. Y hemos querido que sea el primero sobre el que pensemos, dialoguemos y opinemos en esta segunda etapa de nuestra historia. 

  Llegados a este punto, tomó la palabra Jesús Sastre, miembro también de la Comisión permanente y conocido y fecundo teólogo, que lleva muchos años compartiendo su saber en diversos ámbitos formativos de la Iglesia. A él le había sido encomendada y realizó con brillantez la presentación de las dos teólogas que nos acompañaban, Silvia Martínez Cano y Pepa Torres Pérez. De ambas resaltó lo que de común y de diverso hay en sus trayectorias personales, en sus procesos de formación teológica y en sus diversos modos de intervenir en la reflexión y en la acción de la Iglesia. Silvia, seglar, aúna su pasión por la teología y por el arte con su activo compromiso social en favor de los más pobres, y, entre ellos, en favor de las mujeres. Pepa, religiosa de la Congregación Apostólicas del Corazón de Jesús, se define a sí misma como teóloga y educadora social. Vive en Lavapiés. Y allí y desde allí, “convencida de que vale la pena la lucha por la belleza y la justicia”, la lleva a cabo de múltiples formas y maneras, con un compromiso muy intenso y activo en favor de la defensa de la dignidad de las mujeres.  Seguir leyendo

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Les habíamos pedido que nos hablaran de cómo han vivido y viven el hecho de ser mujeres en el seno de la Iglesia Católica y cuáles son sus propuestas para caminar hacia una Iglesia en la que la situación en la que se encuentran sea mejor y más digna que la que ahora padecen debido a la actual doctrina y al vigente ordenamiento canónico en torno a ellas. Antes de que comenzaran a responder a estos interrogantes, Jesús Sastre nos informó de que había comunicado al Vicario de la zona, el recién nombrado obispo auxiliar José Cobo Cano, y al Vicario de Pastoral Social e Innovación, José Luis Segovia Bernabé, Josito, que íbamos a celebrar este coloquio. Y nos dijo que ambos le habían encargado que nos transmitiera su saludo y su deseo de que el encuentro fuera provechoso.

 Silvia fue la primera en intervenir. En su configuración como creyente fue importante, nos dijo, su paso por los grupos juveniles maristas, en los que se seguía la línea de pastoral juvenil impulsada en los años ochenta desde la Diócesis de Madrid por el delegado de juventud José Ramón Urbieta, la de los famosos APJ, agentes de pastoral juvenil. Tenía entonces diecisiete años y ya empezaba a bullir en su interior el interés por todo lo relativo a las mujeres en la Iglesia. Su primer contacto con teólogas lo tuvo a través del grupo que funcionaba en el Instituto Fe y Secularidad. Estudió teología en Comillas y pasó un tiempo en comunidades eclesiales de Centroamérica. Fue una experiencia humana y espiritualmente hablando muy fecunda. Pero llegó a la conclusión de que su puesto y su acción en la Iglesia estaban en España. Regresó y se incorporó al colectivo Mujeres y teología, y, poco después, ingresó en la Asociación de teólogas, en la que actualmente, nos dijo, ejerce el servicio de la presidencia.

En tanto que mujer, cristiana y teóloga, uno de sus objetivos más importante es, nos dijo, dar visibilidad al trabajo que realizan las mujeres en el seno de Iglesia, y, en particular, al que llevan a cabo las teólogas, a las que se conoce, lee y escucha poco. Ella, en concreto, se define a sí misma como una teóloga feminista, en cuyo discurso lo visual, lo narrativo y lo festivo ocupan y juegan un papel importante. También lo juega su insistencia en que es necesario admitir que la reflexión teológica inevitablemente tiene que ser diversa, pues cada teóloga o cada teólogo la llevan a cabo desde un contexto determinado, que la condiciona. Por ejemplo, no es igual hacer teología siendo hombre que siendo mujer, la perspectiva de género la condiciona.

Por ser feminista, su teología es crítica, aunque a la crítica siempre trata de sumar la proposición. Como ocurre en el arte: Rompe con lo viejo, pero para crear algo nuevo. También lo hacen a diario las mujeres. Lo que ella propone, comentó, está reflejado en los dos apartados del Manifiesto por el 8 de marzo que ha hecho público la Asociación de Teólogas españolas este año: 1) Necesitamos hablar de las mujeres y no de “la mujer”. 2) Somos hijas e hijos de Dios por un mismo bautismo. Hermanas y hermanos en Cristo en discipulado de iguales. Dentro de la Iglesia, comentó, aún estamos luchando por la igualdad, la que nos confiere el bautismo. Pero también es importante caer en la cuenta y asumir la diversidad no sólo entre hombres y mujeres, sino entre los miembros de cada uno de los sexos. Y, asumida la diversidad, mezclarnos, querernos. Nos es fácil, sin embargo, avanzar en estos dos frentes. El patriarcado machista está muy arraigado en las mentes de muchos católicos y en la doctrina y en la estructura de la Iglesia. Tratar de cambiar la situación crea fuertes tensiones. Es preciso fomentar el diálogo, pero da miedo, porque dialogar lleva unida la necesidad de estar dispuestos a ceder y muchos no lo están. Pero el cambio es necesario, aunque para que se produzca, dado el actual ordenamiento jurídico de la Iglesia, es necesita la aquiescencia de la jerarquía, que se resiste a darla. Si no se produce, terminó diciéndonos, la situación irá a peor, y muchas personas buscarán alimentar y articular su espiritualidad en otros ámbitos.

Tomó la palabra a continuación Pepa Torres. Al comenzar a relatarnos su experiencia personal en lo tocante a “ser mujer” en el seno de la Iglesia católica, nos señaló como modelo a tener en cuenta el de la mujer sirofenicia de la que hablan el Evangelio de Marcos (7.24 -30) y el Evangelio de Mateo (15, 21 -28). Sin ser judía, traspasa los límites que, según los textos, el propio Jesús había marcado a su caridad, y le suplica que los amplié, que haga extensivo su poder de sanación a su hija enferma y a cuantos sufren, aunque no sean hijas e hijos del “pueblo elegido”. Y Jesús la escucha. Le arranca derechos que ni él mismo había pensado hasta entonces que pudieran existir y se pudieran demandar. Como la sirofenicia, Pepa trata de conseguir que dentro y fuera de la Iglesia se les reconozcan y respeten a las mujeres derechos que ahora no se les reconocen ni respetan. Esa actitud vital le lleva definirse como feminista, pero no sólo feminista, pues, dice, que si hay algo que la caracteriza es tener una “identidad múltiple”: heterosexual y heterodoxa, cristiana, monja y de izquierdas. Por ello resulta una tarea difícil para los demás entenderla y clasificarla. Y a menudo se siente “forastera en todas las tierras por las que pasa y que la configuran”.

Vive en Lavapiés y allí y desde allí trata de ser mano tendida a los marginados y maltratados. Esta opción por los pobres y, más en concreto aún, por las mujeres, vistas también como pobres, estuvo detrás, nos dijo, de su decisión de hacerse monja. Quería conocer desde dentro de la Iglesia las armas que maneja el patriarcalismo machista, que impera en su seno, para encontrar argumentos con los que combatirlo. Antes, sin embargo, su fe fue creciendo y configurándose en contacto con la JOC, la que en los años ochenta fue siendo excluida de las parroquias como parte de la terrible coyuntura eclesial que fue cobrando forma desde el inicio del pontificado de Juan Pablo II. Así, al tiempo que se convertía en una apasionada seguidora de Jesús de Nazaret, fue aprendiendo a celebrar, vivir y difundir la fe cristiana en los márgenes de la Iglesia y con los marginados, en comunidades extra parroquiales o domésticas. Es una experiencia que configura su pasado pero también su presente, en el que la distancia entre las distintas realidades eclesiales sigue siendo enorme. Como se pone de manifiesto, por ejemplo, en las muy diferentes maneras intraeclesiales de interpretar y abordar el problema de los inmigrantes o el de los desahucios. Como resultado de esta trayectoria, puede decir que está agradecida a la Iglesia, aunque en muchos asuntos discrepa hondamente de los postulados oficiales que sostiene la jerarquía. Siendo a la vez “eclesial” pero no “eclesializada”.

 En lo tocante a sus propuestas para caminar hacia una Iglesia en la que la situación en la que se encuentran las mujeres que hay en su seno sea mejor y más digna, nos dijo que todas y todos los católicos hemos de ser conscientes de que la Iglesia sigue siendo hoy en día una de las mayores fortalezas del machismo que existen en el mundo. En su interior, aunque haya “islas” en las que no ocurre, de muchas formas y en muchos casos, las mujeres son discriminadas por el mero hecho de serlo, padecen no sólo la brecha salarial sino incluso la explotación laboral, y, peor aún, menudo sufren diferentes formas y grados de violencia sexual. Para atajar esto males, considera útil aprovechar parte de la reflexión y de los modos de análisis y de lucha que lleva años utilizando el movimiento feminista en su confrontación con el patriarcalismo machista de la sociedad. Le parece conveniente tomar algunos de sus conceptos y de sus categorías, como, por ejemplo, las de perspectiva o ideología de género. Pero también considera muy importante estudiar. Adquirir y utilizar los datos que proporcionan los estudios bíblicos y teológicos, pues el patriarcado eclesial, en su forma de clericalismo, con todas sus secuelas, se presenta sacralizado, como si fuera reflejo de la voluntad cierta e incuestionable del propio Dios o aplicación de pautas eclesiológicas claramente marcadas por Jesús. 

Actuar de este modo y con estos objetivos genera tensiones dentro de la Iglesia, incluso entre grupos que dicen haber optado por los pobres. Pero no hay que ceder en el empeño. No hay funciones sociales ni eclesiales eternamente asignadas en exclusiva a los varones o a las hembras. Ni tienen éstas por qué sufrir en silencio que se las humille o que se abuse de ellas y, encima, en nombre de Dios, como describe y denuncia con crudeza el testimonio de la mujer que cuenta su calvario en el libro “Víctimas de la Iglesia”.

 Concluida las intervenciones de Silvia y Pepa, teníamos por delante tres cuartos de hora para comentar lo que habíamos escuchado, hacerles algunas preguntas o exponer nuestros propios puntos de vista. De todo hubo un poco. Varias de las personas, mujeres y hombres, que intervinieron mostraron su agradecimiento al Foro por haber creado este ámbito de reflexión. Y la última de las mujeres que tomó la palabra, con dulzura y optimismo, cerró el coloquio manifestando su firme convicción de que la trayectoria que estábamos iniciando, con la ayuda de Dios, contribuiría a hacer un poco mejor nuestra Iglesia. Entre medias las respuestas de Silvia y Pepa, a requerimientos de Jesús Sastre, Evaristo Villar y María Yela, tratando de concretar un poco más sus propuestas y una doble queja que Silvia manifestó varias veces, dieron pie a plantear dos cuestiones importantes y polémicas, sobre las que no hubo apenas tiempo de dialogar a fondo. Al concretar sus propuestas, cada una a su manera, destacaron la importancia que ambas otorgan a que desde abajo, desde las parroquias y los grupos eclesiales, las mujeres, poco a poco, vayan logrando que se incremente el grado de escucha que se le presta y el nivel de influencia que se le permite ejercer en la vida eclesial. La doble queja de Silvia era que no se contara con ellas para hablar sólo, o preferentemente de “la mujer en la Iglesia” y que no se siguiera empleando esa expresión, la mujer en la Iglesia, en general, porque son muchas y diversas las cuestiones teológicas de las que pueden hablar y porque las mujeres católicas no constituyen un colectivo homogéneo ni amorfo, sino que cada una tiene su personalidad propia. Jesús L. Sotillo manifestó que, a su juicio, sigue teniendo sentido el uso de ese genérico, pues, aunque, lógicamente, las mujeres católicas son muchas y diversas, hay algo que les une: según enseña la doctrina y establece y articula el Código de derecho canónico, todas, aunque no se diga textualmente de ese modo, están reducidas, incluidas las monjas y las religiosas, a la condición de miembros de la Iglesia con el único derecho y deber, en último término, de obedecer las directrices de la jerarquía, exclusivamente masculina y célibe. Circunstancia que convierte en necesario no sólo ir ganando terreno desde abajo, sino tener como horizonte y meta alcanzar una formulación doctrinal y un ordenamiento canónico que las saque de la situación de marginalidad y sumisión en que ahora se encuentran.


Se acabó el tiempo y era mucho lo que aún quedaba por pensar y por dialogar antes de que sea posible emitir una opinión conjunta. Para ello se invitó a las y a los contertulios a dejar su número de teléfono y su dirección electrónica para poder continuar el debate por WhatsApp o por E-Mail.

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