jueves, 13 de agosto de 2020

Pedro Casaldàliga, un obispo diferente

Unas palabras del Foro “Curas de Madrid y Más” 


Madrid: 12 de agosto de 2020 

El Foro “Curas de Madrid y Más” debe mucho de su espiritualidad al testimonio de vida y a las palabras de Pedro Casaldáliga. La Comisión Permanente pidió a uno de sus miembros, Javier Sánchez González, que redactara unas breves reflexiones sobre el obispo sin mitra, ni báculo ni anillo ni guantes. Las hacemos nuestras y las publicamos como el pequeño homenaje del Foro a un gran y buen hombre, a un gran y buen cristiano. 




Cuando el pasado sábado nos enteramos del fallecimiento de Pedro Casaldáliga, Obispo durante treinta y dos años de la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso, Brasil), bastantes de nosotros, que, como él, queremos una Iglesia diferente, hemos tenido un doble sentimiento, una doble sensación. Por un lado, profunda tristeza, profundo dolor, porque se nos va alguien que ha hecho posible que la Iglesia en su diócesis y desde su diócesis fuera creíble durante muchos años. Su pérdida, por ello, nos produce cierta orfandad. Pero, a la vez, recordar cómo ha sido su vida nos produce una tremenda alegría y hace que elevemos un canto de acción de gracias al Dios padre y madre, que hace posible que su Iglesia, con personas como él, cada día vaya saliendo adelante. 



Es curioso que cuando pensamos en obispos siempre pensamos en “poder”, porque los obispos representan el poder en la Iglesia. Y, de pronto, nos sorprende comprobar que se puede ser obispo de otra manera. O, mejor dicho, que se puede ser obispo con poder, pero con el poder del que Jesús habla en el Evangelio, con el poder puesto al servicio a los pobres. Ese es el poder que ejerció durante todo su ministerio pastoral Pedro Casaldàliga. Lo hizo dando forma a una manera nueva de sentirse Iglesia y de estar en la Iglesia. Y buscando siempre ser fiel al seguimiento de Jesús. 



En el ejercicio del Episcopado son de uso común símbolos de “poder”. Casaldàliga Escribió sobre ellos en 1971. Lo hizo precisamente y no por casualidad en la tarjeta de invitación a la ceremonia de su consagración como obispo. Está la mitra, por ejemplo. La mitra es un símbolo de poder. De ella dice: “Tu mitra será un sombrero de paja sertanejo, el sol y la luna; la lluvia y el sereno; el pisar de los pobres con quien caminas y el pisar glorioso de Cristo, el Señor”. Y del báculo, otro símbolo de poder, escribió: “Tu báculo será la verdad del Evangelio y la confianza del pueblo en ti”. Y sobre el anillo, un signó episcopal por excelencia, dejó dicho: “Tu anillo será fidelidad a la Nueva alianza del Dios Liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra”. Habló, también, del escudo heráldico que cada obispo tiene que hacerse con la forma y las figuras que elija y con su lema episcopal. Y de los guantes, que en otros tiempos solían lucir los prelados. Dijo: “No tendrás otro escudo que la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios”. “No usarás otros guantes que el servicio del amor”. 


Qué distinto es eso de lo que estamos acostumbrados a ver. La mitra encajada en la cabeza para destacar y mostrar poder, pero poder del que manda, del que oprime, del que se cree superior a alguien. Y el báculo llevado por quien piensa y hasta dice: “Aquí yo soy el importante”, “yo soy el primero”, “las cosas se hacen porque yo las mando, simplemente”. Y el anillo, portado y dado a besar como signo de riqueza, grande, potente, de oro o de algo que vale mucho dinero. Que diferente todo ello a lo que al respecto se dijo a si mismo y practicó Casaldàliga desde el inicio de su episcopado. 


Él nos muestra que sólo se puede ser fiel al Evangelio y a Jesús si se asume el ministerio como tarea que significa dar la vida. Él nos enseña que sólo se puede ser obispo de Jesús, sucesor de los apóstoles, enviado al mundo para ser pastor, si se está dispuesto a dar la vida en el empeño y si se es capaz de entregar lo mejor de uno mismo por los otros. 



El 12 de octubre de 1976, como represalia por haberse puesto a favor de “los sintierra”, intentaron matarlo, aunque por error mataron al jesuita Joáo Bosco, que le acompañaba. Al conocer los hechos el papa Pablo VI, que le había nombrado obispo, sale en su defensa y dice “quien mata a Pedro, quien mata a Pere, mata a Pablo”, refiriéndose a él mismo. La verdad es que fue uno de los pocos apoyos que ha tenido dentro de la Iglesia oficial, porque, como a muchos otros santos y fieles seguidores de Jesús, la Iglesia oficial no le ha querido. Durante el pontificado de Papa Juan Pablo II no recibió palabra alguna de reconocimiento a su labor, a su misión. Solo silencio y alguna admonición papal. Pero, aunque le doliera, la verdad es que no le importó demasiado. Porque su voz sí resonaba entre los pobres. Y para él eso era lo importante, como para Jesús. A Jesús de Nazaret tampoco le importaba que su voz no resonase en el Sanedrín o en los sitios importantes. Pero sí le preocupaba que fuese escuchada entre los pobres de su tierra, entre los publicanos, entre los enfermos, entre los leprosos. Y ahí su voz ¡vaya que era escuchada! El Judaísmo oficial, en cambio, no entendió a Jesús. Y la Iglesia oficial tampoco ha entendido a Pedro Casaldáliga, porque era un obispo diferente, porque no quería tener poder. 


Cuando asesinaron a San Romero de América, como él le llamaba, escribió un poema majestuoso. Terminaba diciendo: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro, nadie hará callar tu última homilía”. Al enteramos de su muerte, muchos pensamos que ya se habría reunido definitivamente en el cielo con tantos mártires de nuestro tiempo, hombres y mujeres. Y nos imaginamos que habría sido un momento bonito su encuentro con San  Romero, con don Hélder Câmara, con los jesuitas de la UCA del Salvador, con Marielle Franco, con Rutilio Grande o con Berta Cáceres, pero también con otros “mártires” de Brasil, con los sintierra y con los campesinos e indígenas masacrados por defender sus derechos. Ahora estarán fundidos en un abrazo, sintiendo la fuerza de Dios, de ese Dios padre y de ese Dios madre, que alentó cada momento de la vida de Casaldàliga. 


Nos sentimos algo huérfanos sin él, pero su testamento quedará para siempre con nosotros. Continuaremos pensando que la única manera de seguir a Jesús es al estilo que él lo hizo. Y que para eso no caben medias tintas, hay que tomar partido. Aunque el poder, que sin duda, mató a Jesús, siga matando también hoy a la Iglesia que hace esa opción, y aunque no tenga reparos a la hora de convertir en mártires a muchos de sus miembros, si toman ese camino. 


Desde el Foro “Curas de Madrid y Más” queremos expresar desde lo hondo de nuestros sentimientos que la Iglesia de Casaldáliga es también nuestra Iglesia, la queremos y la que cada día procuramos ir construyendo, con nuestros defectos, con nuestras debilidades. Y tenemos claro que no puede ser una Iglesia de poder, de ritos, de formas, sino una Iglesia fundamentalmente de vida entregada al pueblo, de servicio. Una Iglesia de iguales. Una Iglesia donde los primeros sean los de abajo, siempre.