martes, 22 de diciembre de 2020

La Diócesis de Madrid y sus Fundaciones


La Diócesis de Madrid y sus Fundaciones
Un relato y unas reflexiones del Foro “Curas de Madrid y Más”



Madrid: 22 de diciembre de 2020


Los miembros de la Comisión Permanente del Foro “Curas de Madrid y Más” hemos seguido con atención las noticias que vienen apareciendo desde finales de 2019, como artículos de investigación, en diferentes medios informativos escritos o digitales sobre la venta de inmuebles de Fundaciones propias del Arzobispado de Madrid o en cuyos patronatos está presente con voz y voto.


En las últimas semanas este tipo de noticias ha vuelto a saltar a los medios de comunicación con fuerza y denunciando que en esas operaciones hay aspectos preocupantes desde el punto de vista administrativo, jurídico y moral. Son noticias documentadas y preocupantes, como atestigua el hecho mismo del que tuvimos conocimiento a través de Infomadrid, la página web oficial de la Archidiócesis de Madrid, el sábado 19 de diciembre. Don Carlos Osoro, acompañado de uno de sus obispos auxiliares, Don José Cobo, y del responsable vaticano del equipo investigador, Javier Belda, había tenido el día anterior un encuentro con el papa Francisco para darle cuenta de cómo está la cuestión.




¿Cuándo y por qué comenzó todo este asunto? ¿Qué ha pasado para que pueda decirse, sin que el propio arzobispado lo desmienta, que hay algo oscuro detrás de los hechos que se han ido produciendo? A nosotros como a muchos miles de personas nos parecía importante conocer las respuestas y analizarlas. Damos cuenta aquí del resultado de nuestra búsqueda y reflexión.


Aunque en los artículos periodísticos a los que nos hemos referido no se presta mucha atención a este asunto, nos parece importante señalar que en el origen de toda esta compleja historia hay una  decisión, asentada en un firme convencimiento, que tomó don Carlos Osoro, arzobispo de Madrid, muy poco después de iniciar su misión pastoral en nuestra diócesis. Tan sólo habían pasado un año y cuatro meses desde que en octubre de 2014 tomó posesión de su cargo, cuando en marzo de 2016 nombró a Don Julio Lage Interventor de las cuentas de la Iglesia Diocesana, figura que se introducía en el organigrama de la Curia por primera vez, y a Don David López Royo Delegado plenipotenciario de la recién creada Delegación Episcopal de Fundaciones. Tenía el firme convencimiento de que en asuntos económicos y financieros en la Diócesis en general y en las Fundaciones en particular había poca trasparencia, mala gestión y escasa coordinación. Los dos seglares recién nombrados debían conseguir un cambio en tal estado de cosas. Y ambos se pusieron a ello sin dilación y con entusiasmo. Primero, aclarar la situación. Segundo, ver de qué modo y con qué personas lograr una gestión profesionalizada y “eficaz” de los bienes materiales y de los diversos recursos económicos de la diócesis y de las fundaciones. Y tercero, coordinar, bajo su dirección y mando, a todas las personas e instituciones implicadas. 


La tarea de Don Julio Lage era de mayor complejidad y proporciones que la de Don David López Royo. Pero la de éste también tenía su importancia y despertó intereses que acabaron convirtiéndola en centro de las miradas y el escrutinio de los medios de comunicación.


Según los datos que aporta  el periodista Ricardo Benjumea en un artículo que el 26 de marzo de 2017 apareció publicado en el Semanario Católico de Información “Alfa y Omega”, que se edita en Madrid, en la diócesis hay “64 Fundaciones, aunque con diferentes tipologías jurídicas: 34 son fundaciones canónicas, 20 civiles y una decena de ellas pertenece al protectorado canónico del Arzobispado de Madrid”. En ellas - decía entonces – “hay 1.200 trabajadores, sin contar el personal voluntario”. Y “los beneficiarios rondan las 100.000 personas, concentradas en el ámbito educativo, social y sanitario”. Don David López Royo tenía como  misión ver cómo andaba ese mundo, para hacerlo trasparente y lograr que la gestión de su valioso patrimonio y de sus, en ocasiones, abundantes recursos económicos, propios o provenientes de diversas administraciones públicas,  fuera eficaz, y se realizara de forma coordinada, bajo su dirección. Todo ello con el objetivo de que cada Fundación por su cuenta y todas como conjunto se convirtieran en “64 escaparates para la diócesis de Madrid”, como dice el título que Ricardo Benjumea puso a su artículo. Escaparates en los que ver cómo una gestión “profesionalizada” de esas propiedades y recursos se convertía en manantial de innumerables bienes para los más desfavorecidos de la sociedad, a los que sus fundadores quisieron ayudar de forma permanente cuando ya ellos hubieran muerto.


Al año de ser nombrado estaba muy satisfecho de los frutos que iba dando el desarrollo de su tarea, tendente a lograr que las fundaciones sean, según sus propias palabras que recoge el artículo que venimos citando, “un ejemplo de gestión en el marco de una economía social de mercado”, “un modelo de eficiencia que tenga en el centro de las organizaciones sociales, a la persona, en el contexto de una economía al servicio del bien común”. De su satisfacción y de toda esta ideología que al Señor Cardenal y a él les mueven dan testimonio sus respuestas en la entrevista que le hizo Archimadrid.org, publicada el jueves 23 de marzo de 2017. Aparecen puestas bajo el título David López Royo: «Las fundaciones diocesanas deben ser un modelo de gestión eficiente»


Durante los doce meses transcurridos había celebrado ya dos reuniones conjuntas con representantes de las Fundaciones, aparte de encuentros personales con los patronos de las mismas. La primera para explicarles los planes y las directrices del obispo, la segunda para ver cómo se iban ejecutando. Y dice que la Delegación ya está colaborando con doce de ellas, que aceptan su asesoría. Esto le lleva a mostrarse optimista respecto a que poco a poco las que faltan también aceptarán recibirla. Y, más aún, espera que la demanden y reciban, así mismo, otras Fundaciones de la Iglesia no dependientes de la diócesis. Como, por ejemplo, las vinculadas a las Congregaciones religiosas.

jueves, 13 de agosto de 2020

Pedro Casaldàliga, un obispo diferente

Unas palabras del Foro “Curas de Madrid y Más” 


Madrid: 12 de agosto de 2020 

El Foro “Curas de Madrid y Más” debe mucho de su espiritualidad al testimonio de vida y a las palabras de Pedro Casaldáliga. La Comisión Permanente pidió a uno de sus miembros, Javier Sánchez González, que redactara unas breves reflexiones sobre el obispo sin mitra, ni báculo ni anillo ni guantes. Las hacemos nuestras y las publicamos como el pequeño homenaje del Foro a un gran y buen hombre, a un gran y buen cristiano. 




Cuando el pasado sábado nos enteramos del fallecimiento de Pedro Casaldáliga, Obispo durante treinta y dos años de la Prelatura de San Félix de Araguaia (Mato Grosso, Brasil), bastantes de nosotros, que, como él, queremos una Iglesia diferente, hemos tenido un doble sentimiento, una doble sensación. Por un lado, profunda tristeza, profundo dolor, porque se nos va alguien que ha hecho posible que la Iglesia en su diócesis y desde su diócesis fuera creíble durante muchos años. Su pérdida, por ello, nos produce cierta orfandad. Pero, a la vez, recordar cómo ha sido su vida nos produce una tremenda alegría y hace que elevemos un canto de acción de gracias al Dios padre y madre, que hace posible que su Iglesia, con personas como él, cada día vaya saliendo adelante. 



Es curioso que cuando pensamos en obispos siempre pensamos en “poder”, porque los obispos representan el poder en la Iglesia. Y, de pronto, nos sorprende comprobar que se puede ser obispo de otra manera. O, mejor dicho, que se puede ser obispo con poder, pero con el poder del que Jesús habla en el Evangelio, con el poder puesto al servicio a los pobres. Ese es el poder que ejerció durante todo su ministerio pastoral Pedro Casaldàliga. Lo hizo dando forma a una manera nueva de sentirse Iglesia y de estar en la Iglesia. Y buscando siempre ser fiel al seguimiento de Jesús. 



En el ejercicio del Episcopado son de uso común símbolos de “poder”. Casaldàliga Escribió sobre ellos en 1971. Lo hizo precisamente y no por casualidad en la tarjeta de invitación a la ceremonia de su consagración como obispo. Está la mitra, por ejemplo. La mitra es un símbolo de poder. De ella dice: “Tu mitra será un sombrero de paja sertanejo, el sol y la luna; la lluvia y el sereno; el pisar de los pobres con quien caminas y el pisar glorioso de Cristo, el Señor”. Y del báculo, otro símbolo de poder, escribió: “Tu báculo será la verdad del Evangelio y la confianza del pueblo en ti”. Y sobre el anillo, un signó episcopal por excelencia, dejó dicho: “Tu anillo será fidelidad a la Nueva alianza del Dios Liberador y la fidelidad al pueblo de esta tierra”. Habló, también, del escudo heráldico que cada obispo tiene que hacerse con la forma y las figuras que elija y con su lema episcopal. Y de los guantes, que en otros tiempos solían lucir los prelados. Dijo: “No tendrás otro escudo que la fuerza de la esperanza y la libertad de los hijos de Dios”. “No usarás otros guantes que el servicio del amor”. 


Qué distinto es eso de lo que estamos acostumbrados a ver. La mitra encajada en la cabeza para destacar y mostrar poder, pero poder del que manda, del que oprime, del que se cree superior a alguien. Y el báculo llevado por quien piensa y hasta dice: “Aquí yo soy el importante”, “yo soy el primero”, “las cosas se hacen porque yo las mando, simplemente”. Y el anillo, portado y dado a besar como signo de riqueza, grande, potente, de oro o de algo que vale mucho dinero. Que diferente todo ello a lo que al respecto se dijo a si mismo y practicó Casaldàliga desde el inicio de su episcopado. 


Él nos muestra que sólo se puede ser fiel al Evangelio y a Jesús si se asume el ministerio como tarea que significa dar la vida. Él nos enseña que sólo se puede ser obispo de Jesús, sucesor de los apóstoles, enviado al mundo para ser pastor, si se está dispuesto a dar la vida en el empeño y si se es capaz de entregar lo mejor de uno mismo por los otros. 



El 12 de octubre de 1976, como represalia por haberse puesto a favor de “los sintierra”, intentaron matarlo, aunque por error mataron al jesuita Joáo Bosco, que le acompañaba. Al conocer los hechos el papa Pablo VI, que le había nombrado obispo, sale en su defensa y dice “quien mata a Pedro, quien mata a Pere, mata a Pablo”, refiriéndose a él mismo. La verdad es que fue uno de los pocos apoyos que ha tenido dentro de la Iglesia oficial, porque, como a muchos otros santos y fieles seguidores de Jesús, la Iglesia oficial no le ha querido. Durante el pontificado de Papa Juan Pablo II no recibió palabra alguna de reconocimiento a su labor, a su misión. Solo silencio y alguna admonición papal. Pero, aunque le doliera, la verdad es que no le importó demasiado. Porque su voz sí resonaba entre los pobres. Y para él eso era lo importante, como para Jesús. A Jesús de Nazaret tampoco le importaba que su voz no resonase en el Sanedrín o en los sitios importantes. Pero sí le preocupaba que fuese escuchada entre los pobres de su tierra, entre los publicanos, entre los enfermos, entre los leprosos. Y ahí su voz ¡vaya que era escuchada! El Judaísmo oficial, en cambio, no entendió a Jesús. Y la Iglesia oficial tampoco ha entendido a Pedro Casaldáliga, porque era un obispo diferente, porque no quería tener poder. 


Cuando asesinaron a San Romero de América, como él le llamaba, escribió un poema majestuoso. Terminaba diciendo: “San Romero de América, pastor y mártir nuestro, nadie hará callar tu última homilía”. Al enteramos de su muerte, muchos pensamos que ya se habría reunido definitivamente en el cielo con tantos mártires de nuestro tiempo, hombres y mujeres. Y nos imaginamos que habría sido un momento bonito su encuentro con San  Romero, con don Hélder Câmara, con los jesuitas de la UCA del Salvador, con Marielle Franco, con Rutilio Grande o con Berta Cáceres, pero también con otros “mártires” de Brasil, con los sintierra y con los campesinos e indígenas masacrados por defender sus derechos. Ahora estarán fundidos en un abrazo, sintiendo la fuerza de Dios, de ese Dios padre y de ese Dios madre, que alentó cada momento de la vida de Casaldàliga. 


Nos sentimos algo huérfanos sin él, pero su testamento quedará para siempre con nosotros. Continuaremos pensando que la única manera de seguir a Jesús es al estilo que él lo hizo. Y que para eso no caben medias tintas, hay que tomar partido. Aunque el poder, que sin duda, mató a Jesús, siga matando también hoy a la Iglesia que hace esa opción, y aunque no tenga reparos a la hora de convertir en mártires a muchos de sus miembros, si toman ese camino. 


Desde el Foro “Curas de Madrid y Más” queremos expresar desde lo hondo de nuestros sentimientos que la Iglesia de Casaldáliga es también nuestra Iglesia, la queremos y la que cada día procuramos ir construyendo, con nuestros defectos, con nuestras debilidades. Y tenemos claro que no puede ser una Iglesia de poder, de ritos, de formas, sino una Iglesia fundamentalmente de vida entregada al pueblo, de servicio. Una Iglesia de iguales. Una Iglesia donde los primeros sean los de abajo, siempre.

domingo, 7 de junio de 2020

Relato 6


Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 6


Rosario Ortega


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió no fue la de ninguna persona querida, pues he tenido la suerte de no perder a ninguna de ellas. Aunque lo he sentido cuando nos han ido diciendo las muchas personas que perdían la vida, no solo mayores, sino jóvenes y personal sanitario. Sí me da dolido perder la ocasión de celebrar algunas fiestas familiares muy importantes para mí. Me ha dolido que mis cuatro nietos han cumplido años, uno, tres, cuatro, y no los hemos podido ver, cuanto menos abrazar. Ahora la mayorcita cumplirá seis en agosto y tal vez tampoco podamos verla, pero ellos están bien, nosotros, también. Y el maravilloso invento del teléfono ayuda mucho. Sería injusto quejarme.

No me ha importado no salir porque salgo poco. Pero sí que hay cosas que he echado en falta en estos días de confinamiento. Y sufro por lo que se nos viene encima, a unos más que a otros, por causa de la economía. Sufro por tantas personas a las que va a dejar en la pobreza, que ya había mucha a raíz de la última crisis que no se recuperó. Sufro por los empleos precarios, las pequeñas empresas, las grandes que echarán a tanto personal, empezando por Nissan y otras la seguirán. Aliviará un poco la renta mínima, ¿pero hasta dónde y durante cuánto tiempo podrá hacer frente a su coste el gobierno?

Meditando sobre lo que yo he vivido, mejor decir sobre lo que estoy viviendo y seguramente seguiremos viviendo mucho tiempo, al pensar en la duración, me digo que mientras la ciencia y los que trabajan para conseguir una vacuna eficaz no lo consigan, no podremos tener una vida normal, dentro de lo que se pueda, porque creo que no será igual a la que tuvimos.
Espero los milagros solo de la ciencia, porque no creo en Dios, ni en que nos castigue con esta pandemia, ni en que nos vaya a sacar de apuros por mucho que le recen, porque hace tiempo que dejé de creer. Si existiera sería un Dios bueno y no puede ser bueno si no es justo.
La misma iglesia no se comporta como si creyera, y eso que de este asunto debe saber más que la gente normal.  Porque, si fuera así, no tendría tanto amor al poder y al dinero y no cometería pecados tan graves como la pederastia, no trataría de interferir en las leyes que no le gustan y recordaría el Evangelio.
¿Cómo está tan callada con esta plaga terrible o más que las siete de Egipto?
Qué pocos echan una mano a tanta pobreza como hay y más que va a haber. Claro que hay buena gente entre los curas de base, que nunca llegarán a tener grandes cargos en la iglesia oficial.  Y son las parroquias pobres de la periferia, las que abren sus puertas para refugiar a los que no tienen techo en la medida que pueden.



Por todo esto no creo que nos saque de la pandemia ningún Dios, solo los científicos con su trabajo.

Rosario Ortega
5 de junio de 2020

viernes, 5 de junio de 2020

Relato 5




Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 5


José María Martínez


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue la seguridad de que estábamos en el barco seguro del progreso, y constatar que el progreso no es lo mismo que hacernos ricos dejando que otros se empobrezcan. Desde el punto de vista religioso, litúrgico, constatar que la pérdida de las Misas por el cierre de las iglesias, no se reemplazaba por la insistencia en hacer de la vida familiar un lugar teológico donde la Palabra se hace protagonista. 

Escribo desde la fe y desde el deseo de vivirla con mayor profundidad y comunión. Soy Hermano de La Salle.

De jovencito oí que Pio XII aconsejaba que, puesto que la gente no entendía el latín, rezara oraciones piadosas y el Rosario durante la Misa. No entendía semejante disección o separación; eran otros tiempos.
Llegó el Concilio y su documento Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia; aquello era otra cosa, aconsejaba que las comunidades hicieran uso de su propia creatividad, que se tuviera en cuenta la idiosincrasia de los pueblos para la celebración, etc. Yo estaba de Profesor del I. San Pío X.  Y con mis compañeros hicimos seminarios sobre la Liturgia y su renovación. Al poco sonó la voz de autoridad: Pero con autorización de la jerarquía. Se acabó.
Al poco tiempo escribimos un folletito en el que se decía que “Una fuerte helada había caído en la primavera de la renovación litúrgica”. Había cambiado la lengua y se hablaba la lengua materna. O sea que el día 15 de agosto ya podíamos decir en mi pueblo de Navarra  que “llega la princesa bellísima vestida con oro de Offir”; impronunciable e irrecordable para el pueblo. Pero seguimos adelante, en la 1ª lectura de ese día la gente escuchando: “un enorme dragón, color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y una corona en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Después se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo, en cuanto éste naciera.” ¿Esto es la renovación litúrgica? Habrá que decir: si no entienden, que se echen una partidita al mus, o al subastao (sic).
Con esto del virus, ha habido quien ha suspirado por las iglesias abiertas todo el tiempo, pues no podemos ir a Misa y comulgar. O sea que, sin Misa, ¿ya no queda posible vida espiritual, vida de la gracia y del espíritu? ¿Se ha recomendado una vida cristiana con la Palabra de Dios, la oración, la caridad? Además, asisto en la TV2 a la Eucaristía de las 10,30 en la Capilla del envío, de la Conferencia episcopal; cada domingo un Obispo, y de quita y pon solideos y mitras. Algunos representantes simbolizarían la Comunidad.
En el artículo de la Permanente del Foro leo: “En ellas (celebraciones de las primeras comunidades) desaparecen las diferencias entre hombres y mujeres, se acortan las distancias entre laicos y clérigos, se da voz a toda la asamblea, se generaliza la participación y, cuando es preciso, la toma de decisiones entre todos los miembros.” Benedictus qui venit...

Pero los siglos crean tabúes. ¿Cómo comulgar si mandan comunión espiritual? Menos mal que yo vivo en comunidad y distribuyo la comunión en su momento. Pero suenan los tabúes (no los tambores) de extrañeza. Mucho tenemos que cambiar, peor no por cambiar ni menos para cambiar las formas y el contenido de lo que es la comunidad, la comunión, la celebración y la vida del creyente. Ánimo, pues, al Foro, a esa cuadrilla de bienintencionados, hombres y mujeres de fe, que resuene más su voz.

José María Martínez
2 de junio de 2020

domingo, 31 de mayo de 2020

Por una nueva forma de celebración litúrgica


Por una nueva forma de celebración litúrgica
Reflexiones de la Comisión Permanente del Foro "Curas de Madrid y Más",
cuando los templos vuelven a estar abiertos
Comisión Permanente del Foro "Curas de Madrid y Más": 29 de mayo de 2020



Finales del invierno de 2020. Llegó la pandemia. El virus consiguió confinar durante dos meses a una sociedad hecha a vivir de cara a la calle. Nadie hubiera imaginado, ni en el peor de sus sueños, que nuestras vidas, repletas de acontecimientos sociales, vividas con y para los otros se precipitaban al mayor de los distanciamientos. Y sin besos, y sin abrazos. ¡Nuestra sociedad mediterránea! 

Disipados el desconcierto y el bloqueo de los primeros días, la necesidad de comunicación ha ido explotando a diario. Agazapados en nuestras casas hemos dado rienda suelta a las tecnologías, que nos han conectado con los demás, en forma de videoconferencias, múltiples ofertas culturales, deportivas, altruistas, solidarias y religiosas. Sobre estas últimas, sobre las ofertas religiosas, la Comisión Permanente del Foro "Curas de Madrid y Más" ofrece aquí unas reflexiones y propuestas. Por primera vez en la historia del Foro, dando sentido al “y Más” que hemos añadido a nuestro nombre, el texto base de estas reflexiones lo han elaborado dos mujeres, miembros de la Permanente y laicas.

Con las iglesias cerradas a cal y canto en plena Cuaresma y próxima la Semana Santa, la Institución eclesial abandonó con cierta premura sus hasta entonces, tradicionales y -creíamos- únicos métodos de celebración litúrgica. Los fieles nos vimos bombardeados por una infinidad de inauditas ofertas litúrgicas, que nos llegaban a través de la radio y la televisión, pero, también y, sobre todo, por medio de diversas plataformas digitales. Y, siguiendo la regla básica del “mercado”, la de la oferta y la demanda, se despertó y alimentó una especie de consumismo religioso en toda regla: rezos, procesiones sin feligreses, bendiciones desde las alturas… Y, en un santiamén, esta Iglesia nuestra va y nos sorprende, también, con las misas on line con comunión espíritu-virtual.    

Y precisamente ahora, cuando desde hace décadas el desenganche de la Iglesia lleva un ritmo alarmante, sobre todo en Occidente. Y cuando la misa dominical, de la que se dice que visibiliza como pocas otras cosas lo que ella es y predica, es la celebración a la que antes dejan de ir quienes deciden alejarse de la institución eclesial.

¿Alguien pudo imaginar vivir en cuarentena? ¿Alguien pudo imaginar siquiera, el sinsentido de una Eucaristía sin Eucaristía para la inmensa mayoría de católicos del mundo? Un sacerdote, acompañado tan solo por la tecnología de una cámara, cumpliendo a rajatabla el rito que establece el Misal Romano, en el que no se admite ni reconoce como tal, más que la Eucaristía presidida por un obispo o un presbítero.


El coronavirus y sus consecuencias sociales más crueles nos están brindando, quizás, una oportunidad para replantearnos la conveniencia de establecer un nuevo modelo de la celebración de nuestra fe. Lo intentó el Concilio Vaticano II, con su decreto sobre la liturgia. Pero en numerosos casos lo que hemos visto estos días nos retrotrae a tiempos anteriores a aquel gran evento.

¿Ha llegado el momento de poner fin a una concepción mágica, idolátrica, de la liturgia en general y de las misas en concreto, según la cual Dios, mediante rituales meticulosamente reglados, nos da su gracia y se muestra proclive a escuchar nuestras súplicas? ¿Ha llegado el momento de sustituir esa concepción por la que se atisba en el Evangelio de Juan en la cual a Dios, que es Amor, no se le da culto con “sacrificios” en uno u otro templo, sino “en espíritu y en verdad”? (Jn 4,19-24)

¿Ha llegado el momento de sustituir la misa de jerarquías y pueblo por la misa de creyentes, al uso de las primeras comunidades cristianas?  ¿Habrá llegado el tiempo de renovar esas misas para el público, donde el sacerdote actúa y los fieles asisten casi como simples espectadores de una representación teatral? ¿Será el momento de sustituirlas por otras más participativas, donde los grupos de cristianos concelebremos desde el Evangelio? Igual ha llegado el tiempo de cambiar el sistema. ¿No será la hora de dar paso a una generación de cristianos, hombres y mujeres, que, sin tener en cuenta sexos ni celibatos, celebramos nuestra fe compartida, mostrando con signos y palabras que la igualdad debe hacerse ya costumbre? El papa Francisco a veces, como en Evangelii Gaudium nº 104, deja entrever que son cuestiones sobre las que la Iglesia debe seguir reflexionando. 

domingo, 24 de mayo de 2020

Relato 3


Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 3


Ángel Arbeteta Losa


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue la muerte inesperada por el coronavirus de Pepe, un sacerdote de Orense. Estaba y ejercía su ministerio como párroco en Ntra. Señora de los Aires en Moratalaz. Y era responsable diocesano de la Asociación de los Sacerdotes del Prado en Madrid. El coronavirus se lo llevó sin la compañía de familiares o compañeros en el hospital ni en el entierro.

Podría dividir estos dos meses de estado de alarma y confinamiento en dos etapas y momentos. En la primera mi ánimo se movió entre el miedo y la confusión. En la segunda abundó la reflexión, la búsqueda de sentido. Esta etapa ha sido la más fructífera, pues ha convertido para mí este tiempo excepcional en tiempo de gracia y salvación. Les cuento por qué.

He aprendido a ser más humilde. Pese a nuestro progreso y desarrollo, no somos  seres intocables. La vulnerabilidad y la muerte forman parte de nuestra condición, con los interrogantes que nos suscitan: quién soy, de dónde vengo, por qué la muerte y qué hay  después de ella. También he aprendido que, que afectando la pandemia a toda la humanidad, todos estamos implicados en su erradicación y en la tarea de afrontar los problemas que ha causado. He aprendido, asimismo, a dar valor a los pequeños gestos y signos de afecto interpersonal. Las medidas de distanciamiento e higiene me han impedido compartir las cosas pequeñas y rutinarias del día a día. Y eso me ha hecho valorar el contacto corporal, la cercanía, el afecto y el deseo de sentir al otro como próximo, a pesar de lo medios virtuales han aliviado nuestros enclaustramientos y soledades.



He tomado conciencia de los santos de la puerta de al lado. Más allá de las acciones de los gobiernos y autoridades para combatir al virus, ha aparecido un ingente número de personas concretas, anónimas la mayoría, que ha hecho mucho, incluso hasta dar la vida, a favor de la ciudadanía: desde los agentes de la sanidad hasta los transportistas, y quienes han mantenido abiertos los supermercados y farmacias, y los miles de personas que, de forma voluntaria, han acompañado y ofrecido dinero, tiempo, escucha, servicios gratuitos... Ellos han puesto luz y esperanza en nuestro pequeño mundo.

He recuperado, también, el valor del silencio, la escucha activa de la Palabra y la oración intercesora por los enfermos y los difuntos o de gratitud por quienes han participado en proyectos de escucha y acompañamiento a los ancianos en la soledad de sus domicilios. He recuperado, así mismo, el sentido del "ayuno eucarístico, el largo ayuno de celebraciones presenciales de la eucaristía, meta y fuente de la vida cristiana, sin olvido de la caridad cristiana.

En este tiempo de confinamiento y de excepcionalidad han adquirido en mí una importancia esencial profesiones y actividades a menudo infravaloradas: la sanidad, la cultura, la educación, la alimentación, la distribución de los bienes... 

Y se ha purificado mi fe en el Dios de la Vida. No está con el virus sino contra él y a favor de las víctimas, actuando en los que luchan por su erradicación y sus consecuencias. La epidemia no es un castigo suyo a la humanidad pecadora, sino una oportunidad y una llamada a la conversión en nuestras relaciones con Él, con los demás, en especial con los descartados, y con la naturaleza. Sufre y padece con nosotros, como fuerza de transformación y resurrección. Paz y bien.


Ángel Arbeteta Losa
23 de mayo de 2020

sábado, 23 de mayo de 2020

Relato 4

Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia 
BUSCANDO RESPUETAS
Relato 3
José Manuel Coviella C.

Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Desde que empezaron a llegar noticias de Wuhan (China) en el mes de enero, en este otro lado del planeta no se atisbaba algo tan grave. No se esperaba que la OMS declarase la situación como una pandemia. Empezamos a ver la importancia cuando el número de fallecidos aumentaba por días. Mucha gente ha muerto sola y sin poder hacer nada. 

En ese doloroso viacrucis de la pandemia nos han dejado conocidos. Por poner un ejemplo, recuerdo a José Luis F. Novalín. Fue un maestro en el sentido más noble del término.  Calificado como uno de los mejores historiadores españoles de los siglos XV y XVI. Sus clases de Historia de la Iglesia estaban llenas de ciencia, rigor y amor a la misma Iglesia. El y tantos otros descansen en paz.

El recuerdo me lleva a otras personas y a lo que sucederá después. Y por eso también recé  a Dios. Cada uno reza como sabe, como puede, como lo ha recibido de su propia cultura, según la propia tradición, según las propias creencias, rezar a Dios, ¡esto es lo importante!. Y le pedí tantas cosas…y que detenga esta pandemia que vino como un tsunami; esta pandemia y otras. 
El peor virus del siglo XXI, el peligroso cáncer, es el egoísmo, la aspiración al poder, al dinero.

He tenido tiempo, en estos dos meses abundantes de confinamiento, en comprobar dos extremos en la apreciación de esta pandemia que ha supuesto el covid-19. Y he visto que de un extremo se pasa al otro. Yo en estos párrafos reivindico un término medio a través de una serie de preguntas.
Un extremo. Visión de un Dios que castiga, que condena y al que hay que pedir que intervenga en la marcha de los fenómenos naturales. 
Otro extremo. Visión cientificista de lo que pasa. No hay ninguna referencia al Dios providente. Las ciencias, así como otras muchas disciplinas no religiosas, no necesitan y no desean ninguna interferencia religiosa. Pero ¿qué decir acerca de la acción divina particular y la providencia, sin deslizarnos hacia un dios-tapa-agujeros?

La crisis de la pandemia en España ha sido la referencia para acudir a la ciencia como el adalid o guía para delimitar qué se puede hacer y cómo hacer con esta enfermedad. Ese fue el “mantra” constante y sigue siendo.



Me planteé y planteo preguntas como: ¿Dios nos puede castigar? ¿merecemos el castigo? ¿nos hemos endiosado? Que Dios nos puede castigar es un hecho teológicamente cierto. He leído estos días la afirmación de una teóloga que negaba a Dios la posibilidad de poder intervenir directamente en la historia. ¡Claro que puede intervenir en la historia!

Que nos hemos olvidado de Dios y endiosado es un hecho evidente. Que en la Biblia se narran castigos enviados por Dios, es verdad.

Yo no sé si el covid-19 es o no es un castigo divino, puesto que no he recibido ninguna revelación particular. Afirmar que esta pandemia es castigo divino, sólo Él nos lo podría revelar.  

Y ¿qué decir del silencio de Dios? ¿por qué Dios permite esta pandemia y calla? ¿es un castigo? Al igual que Job, nos quejamos ante Dios al ver tanto sufrimiento. ¿Dónde está Dios?  El silencio de Dios es siempre elocuente.

Se pide que Dios intervenga y nos cure de esta enfermedad. Qué duda cabe que debemos corregir nuestra oración en la línea de dirigirnos a un dios “tapa-agujeros”, o de apelar a lo sobrenatural para explicar fenómenos que las causas naturales por sí solas podrían perfectamente esclarecer. Los virus existen. El freno a este mal depende del descubrimiento de la vacuna, y esto es obra y responsabilidad del ser humano, no de Dios. Pero ¡atención!; junto con esa visión, el creyente puede y debe acudir a la oración

En esta situación de tanto dolor y angustia vuelve la pregunta: ¿por qué Dios no hace algo? Estamos ante un misterio.

A veces Dios trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atención: ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo.  

José Manuel Coviella C.
25 de mayo de 2020
coycoj@gmail.com

martes, 19 de mayo de 2020

Relato 2

 Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 2
Jesús Mª López Sotillo


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue la de Mariano. No era de mi familia ni amigo mío. Era el marido de Pili. Un hombre alto, fuerte, elegante, serio, educado y amable. Su mujer, Pili, siendo muy jovencita, vino del pueblo de mis padres a nuestra casa en Madrid para a cuidar de mi hermana mayor, que tenía diecisiete meses, de mi hermano y de mí, que acabábamos de nacer. Sólo estuvo una temporada, pero para ella fue una experiencia inolvidable. Nosotros siempre la hemos apreciado.

Cuando supe que los dos, contagiados por el coronavirus, estaban ingresados en la misma habitación de un hospital de Madrid, me sobrecogí. Era el 18 de marzo. Conseguí el número del móvil de su hija y comenzamos a WhatsAppear. Lo que me contó y cómo me lo contó estremecía. La madre estaba a punto de recibir el alta. El padre estaba a punto de morir, y no había cama en la UCI para tratar de evitarlo. Consciente de la situación, Mariano, antes de que le sedaran, la había llamado por teléfono para despedirse de ella. Al contármelo dice que no veía las letras del teléfono porque estaban llenas de lágrimas, también mis ojos se humedecieron. Falleció a los dos días, a lado de su esposa, sin tocarlo, y con la  hija llorando en su casa. Cruel. Es la pérdida, sin duda, que más me ha dolido. Luego vinieron otras, hasta doce. Por culpa del virus, la mayoría, o por otras dolencias, en el marco de esos días terribles. Entre ellas la de mi muy apreciado y valorado profesor Juan Martín de Velasco.


Pero esta epidemia también me ha hecho meditar mucho. Los primeros días estaba confuso. No brotaban en mi mente consideraciones de tipo filosófico o religioso. Finalmente he llegado a una certeza: esto no es un ajuste de cuentas inmisericorde ni una medicina amarga pero saludable, obra de quién sabe quién, para castigar a la humanidad por sus delitos  o curarla de sus desvaríos morales. Es un acontecimiento puramente biológico, tremendo y fascinante, del que estamos siendo a la vez víctimas y testigos. Y nos está causando mucho daño. Pero ese no es ni por asomo el propósito de la legión de virus que se introduce en nuestras células y trastorna el funcionamiento de nuestro organismo.

Ya ha pasado muchas veces. Pero es una de las primeras en que ocurre a tan gran escala, en tan poco tiempo y que sepamos por qué causas físicas está sucediendo. Podemos afrontar y contemplar la situación con unas herramientas científicas y con un mirar filosófico y religioso distintos a los que han utilizado en situaciones parecidas quienes nos han precedido. 

Esto me da pie a hablar de cuánto es lo que esta situación me ha hecho anhelar y agradecer.

Yo anhelo que la investigación científica avance. Yo anhelo que, al pensar en Dios,  la reflexión teológica y las prácticas litúrgicas se hagan teniendo en cuenta lo que sobre el universo vamos sabiendo. Pero a nivel más pequeño, anhelo recuperar las relaciones afectivas y las costumbres sencillas que me proporcionaban bienestar físico y mental. 

Y doy, finalmente, como Violeta Parra, gracias a la vida, que me ha dado y me sigue dando tanto, aunque preciso es reconocerlo, también es mucho lo que me ha quitado y me sigue quitando. Es parte de su misterio y, posiblemente, su máxima grandeza. Hay que reconocerlo y aceptarlo.


Jesús Mª López Sotillo
19 de mayo de 2020

sábado, 16 de mayo de 2020

Relato 1



 Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia

Relato 1

María José Hernández Ramos


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue ver cómo morían personas, una tras otra, unas más cercanas y otras completamente desconocidas, y no había solución para ello. Alguna de las cercanas suponen un dolor extraordinario, ya que significa el fin de una etapa vital que ya no volverá. 

Tal vez, y solo tal vez, por mi trabajo silencioso y en soledad no echo de menos el contacto con el resto de la sociedad, ni el hablar con otras personas, pues eso sigo manteniéndolo como cuando estaba en mi puesto de trabajo. No quiero pensar que me he convertido en un ser antisocial. 

Pero si he tenido mucho tiempo, y lo sigo teniendo, para dedicarme a otros archivos personales, para la lectura casi compulsiva, y para seguir compartiendo risas con mi marido. Risas y miedos ante lo desconocido. Y en este tiempo de cautiverio, que sigo manteniendo por voluntad propia, tiempo también da para meditar y para orar. Si el virus nos está azotando de una manera impensable en nuestras vidas, yo que sí creo y sé que existe Dios, no me siento sola y sigo, aunque a través de la ventana, viendo como la naturaleza y la vida se abre camino una vez más en esta primavera loca, y siento como los amigos están ahí, y mis jefes, y mi familia. 

El contacto físico con mi familia y con mis amigos me falta, es indudable, pero sé que están ahí, con sus problemas y con sus “neuras” habituales. No poder mirarles a la cara cuando hablo con ellos, observar sus miradas cuando expresan sus opiniones, como gesticulan, …, todo eso lo tengo en hibernación en el archivo de mis recuerdos.

Pero aun así, todos los días agradezco a Dios todo lo bueno que tengo, que es mucho y que en estos momentos de soledad venida me apetece hacer un balance de todo lo recibido. 

Mi único anhelo es volver a juntarme con mi familia y mis amigos. Y poder ir a una iglesia a rezar en mi soledad y con mis diálogos directos con Dios. Todo lo demás vendrá o no. Sigo viviendo el presente con planes de presente. Pero convencida estoy de que el futuro llegará y será mejor. Y seguiremos avanzando con alegría y juntos.


María José Hernández Ramos
Madrid, 13 de mayo de 2020