martes, 19 de mayo de 2020

Relato 2

 Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 2
Jesús Mª López Sotillo


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue la de Mariano. No era de mi familia ni amigo mío. Era el marido de Pili. Un hombre alto, fuerte, elegante, serio, educado y amable. Su mujer, Pili, siendo muy jovencita, vino del pueblo de mis padres a nuestra casa en Madrid para a cuidar de mi hermana mayor, que tenía diecisiete meses, de mi hermano y de mí, que acabábamos de nacer. Sólo estuvo una temporada, pero para ella fue una experiencia inolvidable. Nosotros siempre la hemos apreciado.

Cuando supe que los dos, contagiados por el coronavirus, estaban ingresados en la misma habitación de un hospital de Madrid, me sobrecogí. Era el 18 de marzo. Conseguí el número del móvil de su hija y comenzamos a WhatsAppear. Lo que me contó y cómo me lo contó estremecía. La madre estaba a punto de recibir el alta. El padre estaba a punto de morir, y no había cama en la UCI para tratar de evitarlo. Consciente de la situación, Mariano, antes de que le sedaran, la había llamado por teléfono para despedirse de ella. Al contármelo dice que no veía las letras del teléfono porque estaban llenas de lágrimas, también mis ojos se humedecieron. Falleció a los dos días, a lado de su esposa, sin tocarlo, y con la  hija llorando en su casa. Cruel. Es la pérdida, sin duda, que más me ha dolido. Luego vinieron otras, hasta doce. Por culpa del virus, la mayoría, o por otras dolencias, en el marco de esos días terribles. Entre ellas la de mi muy apreciado y valorado profesor Juan Martín de Velasco.


Pero esta epidemia también me ha hecho meditar mucho. Los primeros días estaba confuso. No brotaban en mi mente consideraciones de tipo filosófico o religioso. Finalmente he llegado a una certeza: esto no es un ajuste de cuentas inmisericorde ni una medicina amarga pero saludable, obra de quién sabe quién, para castigar a la humanidad por sus delitos  o curarla de sus desvaríos morales. Es un acontecimiento puramente biológico, tremendo y fascinante, del que estamos siendo a la vez víctimas y testigos. Y nos está causando mucho daño. Pero ese no es ni por asomo el propósito de la legión de virus que se introduce en nuestras células y trastorna el funcionamiento de nuestro organismo.

Ya ha pasado muchas veces. Pero es una de las primeras en que ocurre a tan gran escala, en tan poco tiempo y que sepamos por qué causas físicas está sucediendo. Podemos afrontar y contemplar la situación con unas herramientas científicas y con un mirar filosófico y religioso distintos a los que han utilizado en situaciones parecidas quienes nos han precedido. 

Esto me da pie a hablar de cuánto es lo que esta situación me ha hecho anhelar y agradecer.

Yo anhelo que la investigación científica avance. Yo anhelo que, al pensar en Dios,  la reflexión teológica y las prácticas litúrgicas se hagan teniendo en cuenta lo que sobre el universo vamos sabiendo. Pero a nivel más pequeño, anhelo recuperar las relaciones afectivas y las costumbres sencillas que me proporcionaban bienestar físico y mental. 

Y doy, finalmente, como Violeta Parra, gracias a la vida, que me ha dado y me sigue dando tanto, aunque preciso es reconocerlo, también es mucho lo que me ha quitado y me sigue quitando. Es parte de su misterio y, posiblemente, su máxima grandeza. Hay que reconocerlo y aceptarlo.


Jesús Mª López Sotillo
19 de mayo de 2020

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