Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia
BUSCANDO RESPUETAS
Relato 3
José Manuel Coviella C.
Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.
Desde que empezaron a llegar noticias de Wuhan (China) en el mes de enero, en este otro lado del planeta no se atisbaba algo tan grave. No se esperaba que la OMS declarase la situación como una pandemia. Empezamos a ver la importancia cuando el número de fallecidos aumentaba por días. Mucha gente ha muerto sola y sin poder hacer nada.
En ese doloroso viacrucis de la pandemia nos han dejado conocidos. Por poner un ejemplo, recuerdo a José Luis F. Novalín. Fue un maestro en el sentido más noble del término. Calificado como uno de los mejores historiadores españoles de los siglos XV y XVI. Sus clases de Historia de la Iglesia estaban llenas de ciencia, rigor y amor a la misma Iglesia. El y tantos otros descansen en paz.
El recuerdo me lleva a otras personas y a lo que sucederá después. Y por eso también recé a Dios. Cada uno reza como sabe, como puede, como lo ha recibido de su propia cultura, según la propia tradición, según las propias creencias, rezar a Dios, ¡esto es lo importante!. Y le pedí tantas cosas…y que detenga esta pandemia que vino como un tsunami; esta pandemia y otras.
El peor virus del siglo XXI, el peligroso cáncer, es el egoísmo, la aspiración al poder, al dinero.
El peor virus del siglo XXI, el peligroso cáncer, es el egoísmo, la aspiración al poder, al dinero.
He tenido tiempo, en estos dos meses abundantes de confinamiento, en comprobar dos extremos en la apreciación de esta pandemia que ha supuesto el covid-19. Y he visto que de un extremo se pasa al otro. Yo en estos párrafos reivindico un término medio a través de una serie de preguntas.
Un extremo. Visión de un Dios que castiga, que condena y al que hay que pedir que intervenga en la marcha de los fenómenos naturales.
Otro extremo. Visión cientificista de lo que pasa. No hay ninguna referencia al Dios providente. Las ciencias, así como otras muchas disciplinas no religiosas, no necesitan y no desean ninguna interferencia religiosa. Pero ¿qué decir acerca de la acción divina particular y la providencia, sin deslizarnos hacia un dios-tapa-agujeros?
La crisis de la pandemia en España ha sido la referencia para acudir a la ciencia como el adalid o guía para delimitar qué se puede hacer y cómo hacer con esta enfermedad. Ese fue el “mantra” constante y sigue siendo.
Me planteé y planteo preguntas como: ¿Dios nos puede castigar? ¿merecemos el castigo? ¿nos hemos endiosado? Que Dios nos puede castigar es un hecho teológicamente cierto. He leído estos días la afirmación de una teóloga que negaba a Dios la posibilidad de poder intervenir directamente en la historia. ¡Claro que puede intervenir en la historia!.
Que nos hemos olvidado de Dios y endiosado es un hecho evidente. Que en la Biblia se narran castigos enviados por Dios, es verdad.
Yo no sé si el covid-19 es o no es un castigo divino, puesto que no he recibido ninguna revelación particular. Afirmar que esta pandemia es castigo divino, sólo Él nos lo podría revelar.
Y ¿qué decir del silencio de Dios? ¿por qué Dios permite esta pandemia y calla? ¿es un castigo? Al igual que Job, nos quejamos ante Dios al ver tanto sufrimiento. ¿Dónde está Dios? El silencio de Dios es siempre elocuente.
Y ¿qué decir del silencio de Dios? ¿por qué Dios permite esta pandemia y calla? ¿es un castigo? Al igual que Job, nos quejamos ante Dios al ver tanto sufrimiento. ¿Dónde está Dios? El silencio de Dios es siempre elocuente.
Se pide que Dios intervenga y nos cure de esta enfermedad. Qué duda cabe que debemos corregir nuestra oración en la línea de dirigirnos a un dios “tapa-agujeros”, o de apelar a lo sobrenatural para explicar fenómenos que las causas naturales por sí solas podrían perfectamente esclarecer. Los virus existen. El freno a este mal depende del descubrimiento de la vacuna, y esto es obra y responsabilidad del ser humano, no de Dios. Pero ¡atención!; junto con esa visión, el creyente puede y debe acudir a la oración.
En esta situación de tanto dolor y angustia vuelve la pregunta: ¿por qué Dios no hace algo? Estamos ante un misterio.
A veces Dios trastorna nuestros proyectos y nuestra tranquilidad, para salvarnos del abismo que no vemos. Pero atención: ¡Dios es aliado nuestro, no del virus!. Dios participa en nuestro dolor para vencerlo.
José Manuel Coviella C.
25 de mayo de 2020
coycoj@gmail.com