domingo, 24 de mayo de 2020

Relato 3


Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 3


Ángel Arbeteta Losa


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue la muerte inesperada por el coronavirus de Pepe, un sacerdote de Orense. Estaba y ejercía su ministerio como párroco en Ntra. Señora de los Aires en Moratalaz. Y era responsable diocesano de la Asociación de los Sacerdotes del Prado en Madrid. El coronavirus se lo llevó sin la compañía de familiares o compañeros en el hospital ni en el entierro.

Podría dividir estos dos meses de estado de alarma y confinamiento en dos etapas y momentos. En la primera mi ánimo se movió entre el miedo y la confusión. En la segunda abundó la reflexión, la búsqueda de sentido. Esta etapa ha sido la más fructífera, pues ha convertido para mí este tiempo excepcional en tiempo de gracia y salvación. Les cuento por qué.

He aprendido a ser más humilde. Pese a nuestro progreso y desarrollo, no somos  seres intocables. La vulnerabilidad y la muerte forman parte de nuestra condición, con los interrogantes que nos suscitan: quién soy, de dónde vengo, por qué la muerte y qué hay  después de ella. También he aprendido que, que afectando la pandemia a toda la humanidad, todos estamos implicados en su erradicación y en la tarea de afrontar los problemas que ha causado. He aprendido, asimismo, a dar valor a los pequeños gestos y signos de afecto interpersonal. Las medidas de distanciamiento e higiene me han impedido compartir las cosas pequeñas y rutinarias del día a día. Y eso me ha hecho valorar el contacto corporal, la cercanía, el afecto y el deseo de sentir al otro como próximo, a pesar de lo medios virtuales han aliviado nuestros enclaustramientos y soledades.



He tomado conciencia de los santos de la puerta de al lado. Más allá de las acciones de los gobiernos y autoridades para combatir al virus, ha aparecido un ingente número de personas concretas, anónimas la mayoría, que ha hecho mucho, incluso hasta dar la vida, a favor de la ciudadanía: desde los agentes de la sanidad hasta los transportistas, y quienes han mantenido abiertos los supermercados y farmacias, y los miles de personas que, de forma voluntaria, han acompañado y ofrecido dinero, tiempo, escucha, servicios gratuitos... Ellos han puesto luz y esperanza en nuestro pequeño mundo.

He recuperado, también, el valor del silencio, la escucha activa de la Palabra y la oración intercesora por los enfermos y los difuntos o de gratitud por quienes han participado en proyectos de escucha y acompañamiento a los ancianos en la soledad de sus domicilios. He recuperado, así mismo, el sentido del "ayuno eucarístico, el largo ayuno de celebraciones presenciales de la eucaristía, meta y fuente de la vida cristiana, sin olvido de la caridad cristiana.

En este tiempo de confinamiento y de excepcionalidad han adquirido en mí una importancia esencial profesiones y actividades a menudo infravaloradas: la sanidad, la cultura, la educación, la alimentación, la distribución de los bienes... 

Y se ha purificado mi fe en el Dios de la Vida. No está con el virus sino contra él y a favor de las víctimas, actuando en los que luchan por su erradicación y sus consecuencias. La epidemia no es un castigo suyo a la humanidad pecadora, sino una oportunidad y una llamada a la conversión en nuestras relaciones con Él, con los demás, en especial con los descartados, y con la naturaleza. Sufre y padece con nosotros, como fuerza de transformación y resurrección. Paz y bien.


Ángel Arbeteta Losa
23 de mayo de 2020

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