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viernes, 5 de junio de 2020

Relato 5




Lo que yo he vivido
Relatos en tiempos de pandemia


Relato 5


José María Martínez


Cuando el 9 de marzo de este año 2020, tan especial, saltaron todas las alarmas, no sabía cuánto era lo que el desconocido virus me iba a hacer perder, meditar, anhelar y agradecer. Quiero hablarles de todo ello.

Empezaré por lo que perdí. La pérdida que más me dolió fue la seguridad de que estábamos en el barco seguro del progreso, y constatar que el progreso no es lo mismo que hacernos ricos dejando que otros se empobrezcan. Desde el punto de vista religioso, litúrgico, constatar que la pérdida de las Misas por el cierre de las iglesias, no se reemplazaba por la insistencia en hacer de la vida familiar un lugar teológico donde la Palabra se hace protagonista. 

Escribo desde la fe y desde el deseo de vivirla con mayor profundidad y comunión. Soy Hermano de La Salle.

De jovencito oí que Pio XII aconsejaba que, puesto que la gente no entendía el latín, rezara oraciones piadosas y el Rosario durante la Misa. No entendía semejante disección o separación; eran otros tiempos.
Llegó el Concilio y su documento Sacrosanctum Concilium, sobre la Liturgia; aquello era otra cosa, aconsejaba que las comunidades hicieran uso de su propia creatividad, que se tuviera en cuenta la idiosincrasia de los pueblos para la celebración, etc. Yo estaba de Profesor del I. San Pío X.  Y con mis compañeros hicimos seminarios sobre la Liturgia y su renovación. Al poco sonó la voz de autoridad: Pero con autorización de la jerarquía. Se acabó.
Al poco tiempo escribimos un folletito en el que se decía que “Una fuerte helada había caído en la primavera de la renovación litúrgica”. Había cambiado la lengua y se hablaba la lengua materna. O sea que el día 15 de agosto ya podíamos decir en mi pueblo de Navarra  que “llega la princesa bellísima vestida con oro de Offir”; impronunciable e irrecordable para el pueblo. Pero seguimos adelante, en la 1ª lectura de ese día la gente escuchando: “un enorme dragón, color de fuego, con siete cabezas y diez cuernos, y una corona en cada una de sus siete cabezas. Con su cola barrió la tercera parte de las estrellas del cielo y las arrojó sobre la tierra. Después se detuvo delante de la mujer que iba a dar a luz, para devorar a su hijo, en cuanto éste naciera.” ¿Esto es la renovación litúrgica? Habrá que decir: si no entienden, que se echen una partidita al mus, o al subastao (sic).
Con esto del virus, ha habido quien ha suspirado por las iglesias abiertas todo el tiempo, pues no podemos ir a Misa y comulgar. O sea que, sin Misa, ¿ya no queda posible vida espiritual, vida de la gracia y del espíritu? ¿Se ha recomendado una vida cristiana con la Palabra de Dios, la oración, la caridad? Además, asisto en la TV2 a la Eucaristía de las 10,30 en la Capilla del envío, de la Conferencia episcopal; cada domingo un Obispo, y de quita y pon solideos y mitras. Algunos representantes simbolizarían la Comunidad.
En el artículo de la Permanente del Foro leo: “En ellas (celebraciones de las primeras comunidades) desaparecen las diferencias entre hombres y mujeres, se acortan las distancias entre laicos y clérigos, se da voz a toda la asamblea, se generaliza la participación y, cuando es preciso, la toma de decisiones entre todos los miembros.” Benedictus qui venit...

Pero los siglos crean tabúes. ¿Cómo comulgar si mandan comunión espiritual? Menos mal que yo vivo en comunidad y distribuyo la comunión en su momento. Pero suenan los tabúes (no los tambores) de extrañeza. Mucho tenemos que cambiar, peor no por cambiar ni menos para cambiar las formas y el contenido de lo que es la comunidad, la comunión, la celebración y la vida del creyente. Ánimo, pues, al Foro, a esa cuadrilla de bienintencionados, hombres y mujeres de fe, que resuene más su voz.

José María Martínez
2 de junio de 2020