lunes, 17 de febrero de 2020

Celebración del 8º Coloquio abierto. Desafección en la Iglesia ¿Cómo revertirla?

Contra la desafección eclesial: Que la Iglesia valore y escuche a cada persona. Que ayude y se deje ayudar.
Crónica del 8º Coloquio abierto del Foro “Curas de Madrid y Más

El pasado lunes 10 febrero celebró el Foro “Curas de Madrid y Más  su octavo Coloquio abierto. El tema sobre el que giró la reflexión fue el la desafección eclesial un problema antiguo, que conserva su actualidad. Se habló sobre sus causas y sobré el modo de revertirla. 
Fuera por el interés que despierta esta cuestión o por el deseo de escuchar a los dos ponentes que estaban invitados a iniciar el coloquio, Javier Baeza y Carmen Gómez, ambos pertenecientes al Centro  Pastoral San Carlos Borromeo, el caso es que la asistencia fue notable, casi  ochenta personas. En la breve presentación inicial se recordó que la desafección eclesial comenzó a cobrar forma en la Europa renacentista. No es, pues, un problema nuevo, pero sigue vivo, aunque con el correr de los años ha variado el tipo de hombres y mujeres que ha predominado en las diferentes oleadas de alejamiento que se han ido produciendo. ¿A qué se debe el surgimiento y la persistencia de este problema? ¿Cómo podría revertirse? De eso se habló durante las dos horas que duró el encuentro.   

En el breve espacio de oración que, como es habitual, precedió al coloquio,  Jesús Copa, miembro de la Permanente del Foro, propuso escuchar y meditar tres pasajes de distinta procedencia, tras los cuales se dejaba entrever una respuesta general a tales preguntas: la desafección tiene que ver con algo que no marcha bien en la Iglesia, y revertirla requiere que algo cambie en ella. Escuchamos en primer lugar el relato que San Buenaventura hace de la experiencia que vivió y contó San Francisco de Asís en la iglesia de San Damián, mientras oraba ante el crucifijo. Esa voz que sintió provenir del propio crucificado diciéndole “Francisco, vete y repara mi casa, que, como ves, está apunto de arruinarse toda ella”. Escuchamos a continuación unos fragmentos del libro de José María Arnaiz  “Una forma nueva de ser Iglesia es posible y urgente”. Y concluimos oyendo un párrafo del mensaje ¿Qué esperan del Sínodo las Nuevas Generaciones de Vida Consagrada de América Latina y el Caribe?  Lo hizo público ese grupo eclesial el 24 de octubre de 2018, pocos días antes de que concluyera el Sínodo sobre los jóvenes. “Que la Iglesia – dicen – sea de puertas abiertas (…) que camine con los jóvenes aprovechando los dones de cada generación, sin miedos; impulsando el dialogo abierto intergeneracional, para renovar, recrear, repensar, revitalizar el compromiso eclesial y social”.

Concluido el momento meditativo, Marta Merino, miembro de la Permanente del Foro, encargada de dirigir y coordinar el coloquio, tras una breve presentación, dio la palabra a Javi Baeza y a Carmen Gómez. En su análisis del problema de la antigua, persistente y cambiante desafección eclesial, así como en sus propuestas para tratar de revertir ese constante abandono de la Iglesia que llevan a cabo miles y miles de católicos y católicas, se centraron en la descripción y el análisis de cuatro de los factores que, a su juicio, influyen en el mantenimiento del problema y que, enfocados de otro modo, podrían contribuir a su disminución. El primero es el que llamaron el asunto de la identidad, el segundo el de sentir comunitariamente, el tercero el del apoyo a los pobres y el cuarto el de embarrarse



Antes, sin embargo, de pasar a explicar cada uno de estos factores, quisieron dejar claro que lo que iban a decirnos no era el resultado de una reflexión hecha en frío, sino más bien el fruto de la contemplación de lo que a diario se hace en San Carlos Borromeo, la descripción de su acción. Al oírles, y aunque no siempre lo manifestaron de forma explícita, pudo apreciarse que lo que hacen y el por qué lo hacen es bastante distinto a lo que se puede observar en muchos otros ámbitos eclesiales.

Así ocurre en lo referente a eso que ellos llamaron “la identidad”. En San Carlos se tiene claro que cada persona que se mueve en torno al Centro Pastoral posee su propia identidad. Y eso se ve como un valor, no como algo a lo que haya que tratar de poner remedio. La diversidad es considerada en San Carlos no un problema, sino un don. “No se juzga a nadie”, repitieron varias veces. Más aún se admite que cada persona puede tener y defender sus propios puntos de vista sobre cualquier asunto, incluso sobre la propia comunidad. Aunque lo explicaron de forma sencilla, este es un asunto de la mayor importancia tanto a la hora de explicar el porqué de la desafección eclesial como cuando se buscan caminos para revertirla. Lo que ellos hacen no es lo común. Para muchos católicos y para casi la totalidad de la jerarquía eclesial las personas no tienen valor en sí mismas sino en tanto en cuanto reproducen el modelo de persona que la dogmática y la moral oficial consideran acordes con la intención creadora de Dios y con su voluntad respecto a los seres humanos. Para esos católicos y para esas jerarquías eclesiales hay un concepto básico “la conversión”. Están convencidos de que no sólo la mayoría de los católicos sino de la población mundial está llamada, hoy igual que ayer, a “la conversión”, a cambiar su modo de pensar y de obrar. Todas esas personas, a su juicio, tienen, por usar la terminología de Javi y Carmen, una identidad, sí, pero que no es “respetable”. Nada le pueden enseñar a la Iglesia, ninguna de sus críticas merece que ella las tenga en cuenta. Son juzgadas y la sentencia es que en su situación actual valen poco, deben dejarse cambiar, deben admitir que han de ser y actuar de otra manera, que han de reproducir el modelo que la Iglesia, en cumplimiento de su misión, les propone como santo y bueno. A pesar de que un número muy considerable de esas personas llevan mucho tiempo advirtiéndole que hay razones para afirmar que se ese “modelo” no es ni tan santo ni tan bueno, y que, en consecuencia, debería reformarlo. No se les escucha y se van.
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El siguiente asunto del que Javi y Carmen nos hablaron está estrechamente vinculado con éste. Oyéndoles contar cómo lo entienden y articulan, se ve que vuelven a diferir de cómo lo entienden y afrontan otros católicos y la inmensa mayoría de la jerarquía eclesial.  Es lo que ellos llamaron “el sentir comunitariamente”. En San Carlos, dijeron, se siente y, en consecuencia, se actúa comunitariamente. En el Centro de Pastoral no se hace siempre lo que quiere el encargado del mismo, que es Javier, oi lo que quiere el grupo de personas más cercano a él, al cual pertenece Carmen. En San Carlos, como se valora y presta atención a cada persona, pues se reconoce y acepta que todas tienen su propia identidad, se entiende, también, que la marcha del Centro  es cosa de todos y que todos tienen algo que opinar y algo que hacer al respecto. No hay funciones reservadas a determinados miembros que los demás no pueden ejercer, ni siquiera la de presidir la eucaristía. A eso lo llaman “sentir comunitariamente”. También en el seno de la Iglesia Católica se habla mucho de la comunidad, y en los últimos años de la sinodalidad, pero es un lenguaje vacío, falso. Porque ni en la doctrina que se enseña al respecto ni en su articulación canónica se reconoce y regula el sentir comunitariamente, entendido como lo explicaron Javi y Carmen, al contrario, se cercena, aunque aparentemente se afirme y alabe. En el lenguaje oficial todavía son de uso corriente términos como "rebaño" y "pastor". Hasta el propio papa Francisco, que tanto habla de sinodalidad, los emplea con frecuencia. Baste citar la célebre frase que pronunció al inicio de su pontificado en la homilía de la misa crismal de 2013: “Esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note”. Hartos de ser considerados y tratados como piezas de un rebaño, muchos católicos y católicas se han ido y se siguen yendo de nuestros templos en busca de otros ámbitos en los que les reconozca una dignidad mayor.


 Los otros dos asuntos de los que nos hablaron Javi y Carmen guardan relación con los anteriores y entre ellos mismos, la defensa de los pobres y el embarrarse. En San Carlos Borromeo, donde se reconoce y valora la identidad de cada persona, donde se siente y se actúa comunitariamente, hay dos principios que todas y todos sus miembros tienen claros: la defensa de los pobres y que en ese empeño a veces no queda otra alternativa más que el embarrarse. Para ellos es fundamental estar junto a los pobres defendiendo sus derechos, luchar con ellos para les sean respetados. Lo cual en muchas ocasiones requiere plantar cara a quienes se oponen a que su situación cambie o que, incluso,  contribuyen a empeorarla. Esto es fundamental en San Carlos, repitió varias veces Carmen. No quieren quedarse sólo en proclamas teóricas de solidaridad. Quieren que su defensa de los pobres sea  eficaz, que resuelva o, al menos, aminore su situación de penuria. La acción es parte inseparable de su compromiso. Incluye la denuncia de quienes causan esos males y la exigencia de que se produzcan los cambios legislativos necesarios para que realmente la situación cambie. En eso también difieren de otros católicos y de buena parte de la jerarquía eclesial. Difieren de los carecen por completo de conciencia social e incluso alardean de ello. Pero también difieren de los católicos que, teniéndola y predicándola, no se embarran lo suficiente para lograr que su defensa de los pobres sea eficaz.

Y quisieron dejarlo claro al final que todo ello lo hacen, no como una ONG o una organización social que lucha por aliviar a los sufrimientos de las personas en situación de indigencia. Aunque valoran su compromiso, ellos lo asumen desde la convicción de que eso es parte sustancial del seguimiento de Jesús de Nazaret, parte sustancial de la profesión y la práctica de la misma fe que él vivió y enseñó.


Fue como se ve una reflexión muy densa. Muy sugerente. El diálogo posterior también lo fue, aunque no es posible resumir aquí las más de veinte intervenciones que se produjeron. Quienes tomaron la palabra,  mujeres y hombres, subrayaron algunas de las cosas que Javi y Carmen habían dicho o las comentaron o las complementaron o las matizaron. Baste resaltar la propuesta que, al hilo de lo escuchado y del lo que se estaba diciendo, hizo Milagros de Diego. Propuso, y fue aprobado por los asistentes,  que el Foro “Curas de Madrid y Más  se adhiriese al Manifiesto y a la Revuelta de mujeres en la Iglesia “Hasta que la igualdad se haga costumbre”. Nos pareció justo y que estaba en sintonía con lo que Javi y Carmen habían dicho y denunciado: la Iglesia no reconoce ni articula en su seno la dignidad de las mujeres, su “identidad”. No clama tampoco con suficiente fuerza contra la violencia de la que son objeto en la sociedad y dentro de ella misma. Las excluye, además, del acceso al ministerio sacerdotal y con ello de las funciones litúrgicas, docentes y de gobierno que sólo al clero le está permitido desempeñar. Y, encima, afirma, como hace el papa en su Exhortación apostólica postsinodal “Querida Amazonia”, que, lejos de ir en su contra, tal postura busca favorecerlas. Eso, lejos de frenar la desafección eclesial, que los jerarcas tanto lamentan, contribuye de forma clara a que se incremente.








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