En noviembre del año que terminó, conocimos la muerte de nuestro compañero, Pedro Sánchez, sacerdote dominico, que ha pasado buena parte de su vida en Vallecas. Hombre, cristiano y sacerdote bueno donde los haya, al que nuestra jerarquía muchas veces, pero de modo más doloroso para él en estos últimos años, ha hecho sufrir mucho.
Era uno de los miembros más antiguos, venerables y queridos de nuestro Foro. Participó en algunos de nuestros últimos encuentros.
Que su testimonio de fe y esperanza en Dios como Abba, en quien, igual que Jesús de Nazaret, siempre creyó, así como su ejemplo de bondad y de compromiso activo en favor de los más pobres, desvalidos y marginados del mundo y de Vallecas en concreto nos acompañen ahora y siempre.
Bondad, sabiduría y sensatez, puestas con firmeza al servicio de los más desfavorecidos de la sociedad. Eso era Pedro.
«No se merece este final duro, y tan solito. ¡Él, siempre rodeado de tanta gente!», recordaban en su blog los antiguos alumnos de aquellos años en los que fue director de la Escuela Apostólica de Virgen del Camino, en León (1957-1966). El final llegó el pasado viernes, 13 de noviembre, y el blog se llenó de recuerdos. Incluida una pequeña autobiografía que el padre Pedro había terminado de escribir en pleno confinamiento domiciliario, en marzo, y que había mandado a muchos de sus alumnos, con los que, a pesar de los años, seguía manteniendo un contacto muy fluido. «Os digo sinceramente que traté de educaros con cariño y afecto», les decía en un documento que comenzaba así: «Rebasados ya los 95 años de mi vida, me gustaría dejar por escrito lo que ha sido mi trayectoria vital, según la recuerdo mirando hacia atrás y reflexionando sobre ella».
El padre Pedro nació en Gijón (Asturias), el 24 de diciembre de 1924. El cuarto de cinco hermanos, quedó huérfano de padre a los 6 años, algo que «debió de marcar de alguna manera mi vida». En octubre de 1938, sin haber terminado aún la guerra civil, en la que perdió a uno de sus hermanos, ingresó en la Escuela Apostólica de los dominicos de Corias (Asturias) «para comenzar la aventura de ser dominico». En 1950 fue ordenado sacerdote y celebró su primera Misa en la parroquia de la Milagrosa de Gijón, la suya. El Concilio Vaticano II, momento de «comenzar a comprender que el cristianismo tiene una evidente dimensión social», le dejó huella; a partir de entonces, «mi modo de entender y vivir el mensaje de Jesús, la misión de la Iglesia y el sentido de la existencia de una orden religiosa, como la de los dominicos, ha ido evolucionando de forma muy profunda».
Durante cuatro años, de 1966 a 1970, el padre fue maestro de novicios en el convento de Caleruega (Burgos), y de allí, a México, donde entró en contacto con teólogos de la liberación, que «me abrieron los ojos para comprender el problema social más sobresaliente, el que se refiere a las terribles desigualdades que existen en la humanidad». El descubrimiento de la pobreza «causó en mí un fuerte impacto», reconoce en su testamento vital, y todas estas realidades le llevaron a entender desde entonces «la predicación como el anuncio de un estilo de vida como el de Jesús, que nos compromete en la transformación del mundo».
Opción por los pobres
De vuelta a España, en 1978, el padre Pedro, desde esa evidencia «de que había que tomar una opción por los pobres», formó una comunidad de dominicos en Vallecas, uno de los barrios más deprimidos de la capital y en el que, a pesar de no vivir ya la precariedad de los 60, «todavía hoy la realidad social […] está siendo muy difícil». Junto a otros tres dominicos, se imbricaron en la vida del barrio en «estrecho contacto con la gente y sus problemas, participando en sus actividades, compartiendo sus preocupaciones y dificultades, viviendo sus alegrías y sus logros».
En 1980 se hizo cargo de la parroquia Santo Tomás de Villanueva y comenzaron su andadura de comunidad con un grupo inicial de matrimonios de distintas edades «que se reunían para reflexionar y madurar su fe». Con la idea de sumarse a las iniciativas sociales que ya existieran en Vallecas, como la Asociación de Vecinos los Pinos de San Agustín, y siempre junto a Julio Lois, dominico que se integró en la comunidad y muy activamente en las actividades de la parroquia, «apoyamos y participamos en multitud de actividades y de luchas que redundaban en el bien de la gente del barrio».
Santo Tomás de Villanueva, que eran barracones y locales hasta que se construyó el templo en 1998, se había encomendado formalmente a la orden dominicana tan solo cuatro años antes. El padre Pedro permaneció como párroco hasta 1999, cumplidos los 75 años; en el año 2013, la parroquia fue entregada de nuevo a la diócesis, manteniendo la comunidad de frailes la ayuda a los párrocos sucesivos y a los vecinos del barrio. «Estos cuarenta últimos años de vida –reconocía el padre Pedro en el documento– son los que descubro como los años que han dado más sentido a mi vida como cristiano, como seguidor de Jesús y como dominico».
Ahora, le despiden con pena desde Vallecas, recociendo en él a un «hombre bueno», que vivió «entregado al barrio y a sus gentes», con «la honestidad, la concordia y la discreción como bandera». También le dicen hasta luego sus antiguos alumnos de León, que le recuerdan como un «buen maestro, modelo de vida y padre del espíritu», «un tsunami de humanidad», le dedican la salve dominicana, «esta plegaria que tantísimas veces ha cantado él durante toda su vida», y lo imaginan ya en el banquete del cielo, sentado a la mesa «con “los pobres, los lisiados, los ciegos, las viudas, los niños y los cojos” (Lc 14, 21) de Corias, de la Virgen del Camino, de Caleruega, de México y de tu querido barrio de Vallecas».
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